miércoles, 19 de noviembre de 2014


19 de noviembre de 2014. Miércoles.
SIN CUENTOS
 
Ensoñaciones, en la biblioteca. F: FotVi
 
-Hacerse como niño es rejuvenecer el alma y limpiar los ojos de miopías y otras pajas y ver así lo invisible y sentir lo que apenas suena, como la fe. Ya lo he dicho: de Canarias he vuelto un poco más niño; es decir, un poco más humano, por más soñador. Con el último sueño, el de antes de la muerte, dijo el sabio, se acaba el ser humano. La muerte es eso: la oscuridad infinita de los sueños, el desvanecimiento de toda ficción; la caída en un letargo eterno de sensibilidad. Sólo en la fe, sin embargo, se recuperan los sueños; aun tras de la muerte. Acercarse a un niño (Candela en este caso, niña e imaginativa) es entrar en un castillo de luces, donde habitan todos los cuentos: como El Principito o Platero y yo. Y Peter Pan o El Lazarillo de Tormes. Quevedo también entraría aquí con su Buscón, y aun Cervantes con Rinconete y Cortadillo. ¿Y por qué no Casa tomada de Julio Cortázar o El milagro secreto de Jorge Luis Borges? Los cuentos; o el mundo en la verdad de la mentira. Lo más excitante que pueda haber es entrar en un cuento y andarlo, recorrerlo de noche y de día, habitarlo y ver así y asombrarse con sus mentiras. La mentira de un cuento es la verdad que lo hace atractivo y moralizante, y libre. Castillos, hadas, princesas, gigantes, príncipes, dragones, buenos, no tan buenos, batallas, héroes, ruidos, palabras, palabras, palabras (la otra mentira. ¡Qué mentira más hermosa es la palabra: un poco de aliento con significado! ¡Qué gran mentira!)…Sin bellas mentiras, no habría cuentos ni vida siempre recreándose en el mundo, vida nueva e inocente, luminosa, terrible, donde los miedos, todos, siempre hallan (en el beso del príncipe o en el despertar en el momento oportuno) un final feliz. Sin cuentos, ¿qué sería de Candela y de todos los niños del mundo (entre los que me cuento); también de los niños del hambre y de los que carecen de ternura (de madre) en la que cobijarse para poder llorar o reír? Dormirse o despertar sin un cuento detrás de los ojos debe ser tan aterrador como descubrir que en vez de corazón uno tiene la máquina de un reloj que ni siente ni da la hora, por oxidada. Por algo, Diario, J. Gaarder, escritor noruego (El mundo de Sofía), decía que «el cuento proporciona a la humanidad una lengua materna común» (19:59:10).

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