sábado, 4 de abril de 2015

4 de abril de 2015. Viernes.
CRUZ

Cruz, en la iglesia de Santa Ana. Vilna. Lituania. F: FotVi

-Ya hemos llegado a abril, y es como acudir a un vaso y beber un trago de sed, o de agua con mezcla de arena del desierto, y con la mala entraña ya de la víbora del verano ardiendo. El arder de su mordedura. Ayer celebramos la muerte de Jesús de Nazaret; otra clase de sed, otra clase de mordedura. Le mordió la muerte. Jesús de Nazaret muere para desenmascarar y matar (desde dentro) a la muerte. Pues toda muerte, hasta la del espíritu, se mata con vida. La vida es el bálsamo dulce de toda muerte. Se mata a la muerte y sucede la vida. Es como volver a brotar desde el vientre de una madre, volver a nadar en nueva luz, en terrible y hermosa nueva luz de vida. Yo hace años puse letra (poema) a esta muerte de Jesús, que, sin embargo, aún sigue produciéndome el mismo pavor de siempre. Y eso, a pesar de ser la muerte, nos dice la fe, un vientre de tiniebla que nos devuelve a un novedoso modo de vivir. Jesús, para devolvernos a la vida, murió en la sordidez y furia de la cruz. Entonces -año 1998-, para consolarme en la fe, y con el título de Cruz, escribí esto que sigue:

Eres tú, Señor, el que puso
la espalda y le nació una cruz,
y clavos en las manos
para quedar cosido a ella,
y ser abrazo así
repitiéndose siempre,
amor que nunca huye,
que siempre queda.

Crucificado, tú, mi Dios,
en el que creo y amo,
en el que vivo liberado.

Esta noche, Diario, celebraré la Pascua, el gran destello, luego de la cruz, de la nueva vida; vida donde me sé reinventado, donde me hallo renacido (12:02:56).

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