domingo, 25 de septiembre de 2016

25 de septiembre de 2016. Domingo.
DESPEDIDA

San Blas, en procesión. F: Inma

-Hoy, domingo, me encuentro con Dios en la esquina del altar, al otro lado de su palabra. Palabra del Señor, decimos en la misa, y, levantándolo, besamos el libro santo, dejándolo luego abierto en el ambón para que nos vigile. Los libros siempre vigilan, y más si son santos. Vigilan las palabras que decimos en su nombre, y las que callamos, y las que le imputamos. Los libros siempre son mirada, observación, pero callada. Dios mira desde el libro que dices abrir en su nombre; y, según digas del libro, se ríe o se lamenta, o simplemente se asombra. Esta mañana el lleno de asombro y he sido yo; en San Blas, y de improviso, he recibido una bella despedida. Definitivamente, me jubilo. Después de cincuenta y nueve años de actividad pastoral, cojo el cáliz y la estola y me voy a Murcia, a vivir el júbilo de mi descanso. Una despedida hermosa e inesperada, y emocionada. Niños y mayores me han dicho cosas que alegran mis años, que le dan sentido. Que unas niñas te digan que se acordarán de ti, al igual que jóvenes y mayores, y de un modo espontáneo, te pone la voz ronca y gotas de agua en los ojos, lágrimas, que tú tratas de resistir. Luego están los cantores, cantando como los ángeles, o haciéndolo como sencillas personas que cantan -y bien- porque aman. Aman a Dios y al hermano, que en esta ocasión soy yo. Finalizada la misa, un familiar ágape, otra especie de misa, pero ésta no precisamente santa, o quién sabe, a lo mejor sí. En la primera Dios se hace hombre y muere y resucita por amor; en la segunda, el amor se hace aperitivo y habita entre nosotros. Entonces pienso que todo es gracia de Dios, Diario, incluso mi vida perdonada, errática a veces, pero siempre abierta, como un evangelio pequeño, al amor de Dios y del prójimo, mi feliz destino, hasta el último momento (19:50:24).

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