lunes, 24 de octubre de 2016

22 de octubre de 2016. Sábado.
MOSUL, ALEPO

El juego de los niños de la guerra, en Afganistán.

-Digo Mosul o Alepo, y se me hace como un raspar trágico de lija en la mente. Mi mente se asombra y se rebela. Y cruje, como el entarimado de un escenario de teatro viejo de pueblo. Decir Kabul o Alepo es decir caos, abismo, tragedia, guerra. Y familias con niños en oscuros campos de concentración, con la desesperanza y el pavor en los ojos, y lo inocencia de los niños riendo, o dándole patadas a un balón. Patadas bélicas, sin embargo. Mosul, llamada ciudad de convivencia -en él coexistían musulmanes suníes y chiitas, cristianos y yazidíes-, es ahora un lugar de desafío, de duelo continuo. No hay escuelas y los niños se eternizan en el juego, y en hacer la guerra, con armas de mentira. Otro juego. O armas de verdad, otro juego más cruel. Se dice que más cien mil cristianos, en las alturas del Kurdistán, viven con la esperanza del regreso. Rezan y esperan. Debe ser, sin embargo, un rezo espeso y una esperanza turbia. Yo, en su situación, no sé cómo rezaría, si en paz o con ira, o con una duda desafiante ante Dios. Me veo cristiano con hijos en un campo de concentración en Kurdistán y me pregunto cómo sería mi oración, si fiera o humilde. ¿Sería como la de Job: «Perezca el día en que nací, / y la noche que dijo “Un varón ha sido concebido”?» ¿O como la del salmo 50: «Inclina tu oído, Señor, escúchame, / que soy un pobre desamparado?». No sé; sólo sé, Diario, que sería desesperada. O como la de Jesús en el Sinaí, abatida, sudada en sangre (12:06:04).

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