miércoles, 12 de julio de 2017

12 de julio de 2017. Miércoles.
MIGUEL ÁNGEL

Manos blancas, en el jardín. F: FotVi

-Yo volvía de un viaje a Portugal, en un coche destartalado, con mi amigo José María Barquero. Veníamos hablando de cualquier cosa, nada trascendente. (Un descanso en lo trascendente, no viene mal, y suele hacer bien al pensamiento y al alma). De pronto nos enteramos del secuestro de Miguel Ángel Blanco, y paramos nuestros comentarios jocosos; nos centramos en pensar. Se detuvieron las palabras y abrimos los ojos. Llegado a mi destino, San Pedro del Pinatar, me horrorizó saber de su muerte. Dos tiros en la nuca, de rodillas, atadas las manos, y asustado. Humillado. ¿Le temblaría el pulso al ejecutor de la sentencia? Los dos tiros, que todavía suenan en muchos oídos, se los descerrajó en la nuca, un tal Txapote, sin un atisbo de piedad, sin un latido en sus pulsos que no fuera de odio y crueldad. Y yo me pregunto: ¿Cómo se puede vivir (o morir sin fin), en esa penuria espiritual y racional, bárbara? En aquel momento todo fue confusión y pavor. Y, de pronto, manos blancas alzándose por ciudades y pueblos como palomas, como signos de fe y de libertad, un clamor de rechazo al crimen y a la brutalidad, se afianzó la democracia, el convivir en paz. Aquel día, en la misa, no supe predicar, solo dejar escapar un lamento, y rezar. Y aún sigo rezando, Diario, por Miguel Ángel y por este país, que a veces hace cosas tan importantes como gritar en silencio, con las manos alzadas, por valores que nunca debiéramos olvidar ni poner en cuestión, valores de vida, de convivencia, de lealtad (19:58:36).

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